Al regresar de mi viaje, me estampé contra un muro encontrándome con la dura realidad. Por mucho que evitase lo sucedido, los problemas estaban ahí. Afrontarlos y plantarles cara, era más difícil de lo esperado.
Tenía depresión. Mi día a día era permanecer en la cama, encerrada en mi habitación, sola, sin ganas de nada. Tenía el sueño alterado, me daban las dos, las tres, las cuatro, y hasta las cinco de la mañana en vela. En poco tiempo perdí unos 5 Kilos.
Era un alma en pena, llevaba mi sufrimiento en silencio, desahogando mis penas bajo la luz de las estrellas. Me escondía por las noches para llorar, no me sentía comprendida por mi familia, pues de ninguno de ellos recibí el cariño ni la atención que necesitaba en aquellos momentos.
Sentía impotencia, aún no me creía que no iba a poder tener hijos con mis propios óvulos. Me empeciné en la genética, genética que nunca podría transmitir.
Me gustaría compartir con vosotras unos artículos sobre la genética. Leerlos me ayudó a sobrellevar mi dolor.
En la cena de Nochebuena toqué fondo, armé la marimorena delante de mi familia.
Sentía tristeza y rabia al mismo tiempo, estaba susceptible, y me tomaba las cosas muy a pecho.
A partir de ese momento, mi hermana Lorena se dio cuenta de que su hermana pequeña estaba hundida en una profunda depresión. Una vez más, ella hizo gala de su generosidad, y me dio dinero para que pudiese ir a un psicólogo.
Sabía perfectamente que este tipo de cosas no las podía tratar con un psicólogo generalista, necesitaba la ayuda de un psicólogo especialista en reproducción asistida.
Pensaba que la ayuda de un especialista, me ayudaría a salir de la depresión, superar lo que me había pasado, y tirar p'alante. Sola no podía, necesitaba ayuda.
Me acordé de que la clínica IVI ofrecía apoyo psicológico, y que la primera visita estaba incluida en el tratamiento. Dicho y hecho, llamé a la clínica reproductiva, y me dieron cita con la psicóloga, a pesar de no haber podido llevar a cabo finalmente el tratamiento.
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