A finales del año 2017, después de marcharme a Francia con la maleta llena de ilusiones, unas pésimas condiciones laborales me obligan a renunciar y vuelvo a casa con una sensación agridulce.
Tras este fracaso, me encuentro con un panorama familiar desolador. Mi hermana mayor, Natalia (la cuál padece de una enfermedad mental), va de mal en peor, teniendo delirios y un comportamiento cada vez más agresivo. Hasta tal punto, que en Nochevieja no cenamos, ni si quiera nos comimos las uvas. Tuvimos que llamar al 061 para que le diesen un tranquilizante y calmaran sus nervios.
Dicha situación me creó tal estrés emocional, que decidí alejarme e irme a la casa de mi hermana Lorena, y prepararme para estudiar el DELF B2 (Diploma de Estudios en Lengua Francesa).
Durante el mes y medio que duró mi estancia, tuve la regla durante aproximadamente dos semanas, sangrados breves pero continuos.
No le presté la atención requerida. Aunque a medida que pasaban los días, llegué a extrañarme. Tenía cierta sospecha de que se trataba de algo raro o fuera de lo común en mí. Sentía que lo que me estaba pasando no era normal, ya que hasta ese momento mis períodos de menstruación habían sido en general correctos y fijos.
A excepción de momentos ocasionados por los nervios de algún que otro examen de la universidad, en los que tenía como consecuencia retrasos o adelantos de un par de días. Recuerdo también, que el año anterior tuve la ausencia de la regla durante un mes. Me hice hasta un test de embarazo en sangre, pensando que estaba en estado. Pero no, no era el caso. Más bien, era debido al estrés por adaptarme a un nuevo trabajo y a los cambios de vida que había hecho: vivir en una nueva ciudad, nuevo hogar, nuevas amistades; además de encontrarme con unas costumbres, una cultura, un idioma y un clima diferente al que estaba acostumbrada en mi pueblo.
En fin como ya me había pasado anteriormente, no le di importancia. Esperé y lo dejé pasar hasta que cesasen los sangrados. No le di mucha importancia, debí de hacerlo.
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