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Un Tsunami

Foto del escritor: BebesitaBebesita

Actualizado: 19 jun 2021



Septiembre de 2018 fue un mes intenso, un cúmulo de acontecimientos que arrasaron de golpe todos los pilares de mi vida, como un tsunami que se lleva por delante todo lo que esté a su paso, sin importarle las consecuencias ni el dolor que origina.



Respecto al trabajo: Después de un largo período en paro, conseguí una entrevista como profesora en un instituto privado. Superé la primera fase, pero la segunda no la pasé, a pesar de haberle puesto muchas ganas e ilusión. Lo consideré un fracaso personal más. Tiempo, esfuerzo y dinero tirados a la basura. Estaba desilusionada, y para colmo no contaba con oportunidades de trabajo por falta de experiencia.


Desanimada, me propuse prepararme las oposiciones poco a poco, para así tener una estabilidad económica.


En cuanto a las relaciones familiares: La enfermedad de mi hermana Natalia se hacía cada vez más insoportable. Por tanto, ella decidió independizarse y comprarse una vivienda en la ciudad, para alejarse, darle un futuro mejor a su hija, y acabar con las constantes discusiones que destruían la convivencia familiar.


La búsqueda del piso resultó más meticulosa y larga de lo esperado para todos. Esto hizo que me sintiese estresada, agobiada y sobrecargada. De ahí que tuviese los nervios a flor de piel y estuviese a veces a la defensiva. Aún así, teníamos muchas ansías de encontrar el piso apropiado en una buena zona. Y ya de paso, tener tranquilidad en casa y poder mejorar la comunicación y relación familiar.


En el amor: Recibí la visita inesperada de mi pareja. He de explicar, que los últimos meses llevábamos una relación a distancia, ya que cada uno vivía en países diferentes. Como consecuencia, dicha distancia empezó a hacernos mella, sobre todo a mí.


Nos fuimos una semana de vacaciones a un pueblo de la costa gaditana para tener tranquilidad e intimidad. Recuerdo que hubo un hecho que me marcó profundamente. Estando en la playa, le conté detalladamente todo lo ocurrido con mi fertilidad. Me di cuenta de que no me estaba prestando atención. Le pregunté si me estaba escuchando, ¿y cuál fue su respuesta?: "Ese, es tu problema". ¿Perdón? Yo le respondí clara y contundente: "Eso quiere decir, que tú no te proyectas conmigo en el futuro". Sus palabras se me quedaron clavadas en el corazón, nunca se lo podré perdonar. Con el tiempo, llegué a la conclusión de que era un egoísta, y que el apoyo recibido por su parte, había sido escaso, mejor dicho nulo.


A medida que pasaban los días, discutíamos por simples tonterías. Hasta que una noche se me agotó la paciencia y exploté. No soporté la escenita de celos que me montó sin motivo alguno en un bar de copas. Esa noche él estaba diferente, irreconocible. El consumo de alcohol y marihuana no le ayudó tampoco, más bien le perjudicó. Anteriormente, nunca había tenido esa actitud machista y posesiva. Siempre tenía mucha seguridad de si mismo, y esto hacía que yo me sintiese en la palma de su mano. Esa noche sentí mi libertad coartada.


Al día siguiente de la salida nocturna, me levanté con las ideas muy claras. Tomé la decisión de romper la relación por numerosos motivos que no me estaban permitiendo ser yo. Me cansé de aguantar. Obviamente, él no quería que lo dejáramos, me lloraba, me suplicaba, me decía que iba a cambiar. Me hizo una serie de promesas, pero para mí todas esas promesas ya eran demasiado tarde.


Llegamos a un acuerdo y preferimos por el bien de ambos, quedar como amigos y tener una relación cordial, por el respeto al amor y a la relación pasional que tuvimos.


Ahora que lo pienso desde la frialdad, reflexiono y creo que quizás no era el momento más idóneo para reencontrarnos. Esa relación estaba destinada al fracaso, como crónica de una muerte anunciada.


Días después estuve muy triste, supongo que como cualquier otra persona tras una ruptura amorosa. Hasta me sentía responsable de su tristeza.


En lo que concierne a mi salud: Estaba bastante entretenida visitando consultorios médicos. Me hice los análisis de sangre correspondientes y un hemograma.


Regresé a la clínica de reproducción asistida para realizarme mi revisión mensual. No se habían producido cambios, había que esperar al siguiente mes, a ver si sucedía alguna mejoría.


Me explicaron el alto coste que traía consigo el proceso de vitrificación. A mi parecer, una cantidad desorbitada, alrededor de dos mil seiscientos euros, y para colmo yo debía hacerlo dos veces para que fuese efectivo.


Era mucho dinero, dinero que no tenía en esos momentos. No tenía más remedio que pedírselo a mis padres. Estaba segura de que ellos me comprenderían, me ayudarían y me echarían una mano. Aunque, sentía impotencia de no ser yo la que tuviese dicha cantidad.


En mi opinión, por la Seguridad Social te puedes morir de la pena con la larga lista de espera que hay, y encima, un número limitado de veces para poder congelar los ovocitos. Por otro lado, las clínicas privadas ofrecen un trato más personalizado, pero saben muy bien cómo aprovecharse del sueño y anhelo de las mujeres para conseguir ser madres.


MI CONSEJO: Si tienen medios económicos, les recomiendo que acudan directamente a una clínica privada que les dé confianza, con la que se sientan a gusto. No escatimen en el precio, a pesar de que una clínica sea más barata o asequible que otras, eso no nos asegura resultados prometedores a corto plazo.

Les aconsejo que se busquen una clínica reproductiva pionera, con experiencia, prestigiosa, de renombre. Porque, ¿quién nos garantiza que una clínica de bajo coste y poca experiencia le vaya mal y cierre el negocio?


Me gustaría compartir con vosotras la publicación de un post del blog de fertilidad de Marisa López-Teijón, el cual trata también sobre otros temas al respecto.


 
 
 

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