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Perdida en la incertidumbre

Actualizado: 3 may 2021


La ruptura amorosa me hacía estar de bajón, irascible y pagar la frustración con mi familia.


Tras infinidades de mutuos reproches, tuve un sentimiento de culpabilidad. Me sentía culpable del sufrimiento de mi ex por haberlo dejado en esas circunstancias.

Aún recuerdo cuando se fue destrozado para el aeropuerto con los ojos llenos de lágrimas. Me partió el alma verlo así.


Necesitaba limpiar mi conciencia, así que le mandé por correo un diario escrito de mi puño y letra, para darle más explicaciones, aclararle sus dudas, contarle mis sentimientos, y pedirle que me perdonase por haberle hecho daño. Porque ésa no era mi intención, y porque nadie se merece sufrir por otra persona.

No entendí que pasó el mes de octubre, ese mes algo falló y no tuve la menstruación como es debido. Me duró sólo dos días. Recuerdo que tuve sangrados demasiado cortos. Me preocupé mucho, y cogí cita con la clínica lo antes posible para el día siguiente.


Volví a la clínica reproductiva una vez más, ya me había aprendido el camino de memoria. Primero el tren, luego el metro, y finalmente cuatro minutos caminando.


En la sala de espera me sentía observada por las incómodas miradas de pacientes de unos 40 años de edad. Me miraban perplejas por mi corta edad. Seguro que creerían que yo era una donante de óvulos, y no me veían como una más. Al igual que ellas, con problemas de reproducción.

Era un sábado, mi ginecóloga no trabajaba ese día. Me atendió un doctor de guardia. Éste me explicó detalladamente mi problema con los ovocitos. Se lo agradecí mucho, porque hasta ese momento iba a ciegas, guiándome desde el desconocimiento y la ignorancia. Era yo la que buscaba información en Internet, ya que mi ginecóloga me explicó todo el tema así por encima. Me faltaban datos, me faltaba sinceridad, y estar al corriente de mi verdadera situación fértil.

Seguía sin haber cambios. Mejor dicho, no se veía mejoría. La cosa no pintaba bien. Debía esperar al siguiente mes que me bajase la regla. Esperar, eso era lo único que podía hacer.


Cada vez que iba a la clínica, visitaba el parque que se encontraba justo al lado. Me servía de escape para evadirme, pensar y tranquilizarme. Guardo en mi memoria, recuerdos buenos y no tan buenos de aquel parque de viejos sauces, llanos prados, altos árboles a los laterales y un estanque para patos.

Sentía incertidumbre, no sabía cuáles eran los siguientes pasos que debía seguir. Me sentía perdida, como si estuviera en un laberinto sin salida. Tenía ganas de salir corriendo, huir y desaparecer de ese parque.

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