Cuando llegué a la casa de mi hermana Lorena, lo primero que hice, fue lanzar con rabia la bolsa de las inyecciones que me habían sobrado, salió disparada a lo alto del armario. Quería desaparecer esas dichosas inyecciones, verlas me hacía daño, me hacía recordar que había fracasado.
Todos los esfuerzos no habían valido para nada. Mis esperanzas y sueños desaparecieron, reducidos a la nada como un corazón roto en mil pedazos.
El castillo de naipes que me había montado en mi cabeza se derrumbó, todos mis planes se esfumaron.
Reconozco que en aquel momento era muy negativa, lo veía todo negro.
No quería comer, no quería salir de la habitación, apenas dormía. Lo único que hacía era llorar en la cama, lamentarme una y mil veces, y preguntarme ¿por qué a mí?
Este fue el inicio de un largo periodo depresivo que aún vivo.
Me pasaba el día y la noche leyendo artículos en Internet sobre donación de óvulos y duelo genético, a fin de cuentas eran los temas que más me preocupaban en ese momento. Además, me reconfortaba leer foros en los que mujeres que se encontraban en la misma situación que la mía, compartían su experiencia y todo el proceso por el que habían pasado para conseguir ser madres. Saber que existían más mujeres que habían tenido el mismo problema que yo, hacía que no me sintiese sola.
Mi mejor amiga y mi hermana Lorena tuvieron un detallazo conmigo que nunca olvidaré. Ambas, al verme tan mal, me ofrecieron sus óvulos desinteresadamente.
Pero de ninguna de ellas sería posible. Mi hermana ya superaba la edad, tenía 38 años, y uno de los requisitos para ser donante de ovocitos es tener entre 18 y 35 años. De hecho, me dijo que si hubiéramos detectado antes mi problema de reserva ovárica, me hubiera donado sus óvulos cuando aún era más joven. Por otro lado, mi amiga tampoco podía ser donante, porque en España la ley considera que la donación de gametos (óvulos y espermatozoides) tiene que ser anónima. Ojalá fuera como en Reino Unido o Portugal, donde el anonimato ya no es un problema.
Afortunadamente los tiempos están cambiando, el Consejo de Europa ha planteado la posibilidad de eliminar el anonimato al entrar en contradicción con el derecho a la identidad. En mi opinión, sería frívolo y maquiavélico, privar el derecho a la identidad a un niño por temor a la disminución del número de donantes, y todo por el business.
A medida que pasaban los días, iba de mal en peor. Mi hermana sufría viendo cómo se apagaba la luz de mi alma, se me fue la vida entera. Así que mi cuñado y ella decidieron por mi bien, llevarme de vuelta a la casa de mis padres. Esto hizo que me sintiese como un paquete al que nadie quiere, vagando de un lado para otro.
Al poco tiempo llegó el día de mi cumpleaños, cumplía 28 años y no tenía ganas de nada. Para intentar alegrarme, mi sobrina hizo me las velas de los números, y mi madre me compró un éclair relleno de crema, el cuál compartimos después tras cantarme un triste cumpleaños feliz. Mis lágrimas brotaban en mis ojos al invadirme sentimientos de tristeza y soledad.
El título de este post se ha convertido en mi estado de ánimo. Así me siento, muerta en vida. O lo que es lo mismo, congelada en el tiempo, como si no pudiera avanzar.
P.D.: Os recomiendo algunos de los tantos artículos y foros que leí:
- La legislación mundial de la donación de gametos
- Países que permiten la donación de óvulos familiares
- Requisitos para ser donante de óvulos
- Foro de IVI: ovonenas 2014
- Duelo Genético
Además de éstas, que me ayudaron muchísimo:
Y por último, unos libros:
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