Un día recordé uno de los artículos que leí al principio de todo.
Como bien dice, nos pasamos la vida acomplejados por cientos de aspectos físicos y de personalidad que nos pertenecen y que hemos heredado por genética: la estatura, el peso, el color de pelo, la forma de la nariz, las piernas, las orejas,...
Sin embargo, cuando decidimos tener un hijo no nos lo imaginamos sin nuestra carga genética. Nos gusta que se parezca a nosotros, o a nuestros padres, incluso a nuestros abuelos.
Aquella lectura me hizo llegar a una conclusión:
"Nos empeñamos en querer que nuestros hijos sean unas fotocopias de nosotros mismos, con nuestro físico y personalidad, con nuestros defectos y virtudes. Pero, ¿en realidad queremos transmitirles todo?, ¿también los antecedentes depresivos, problemas psicológicos…?".
Esto hizo reafirmar aún más mi aceptación de ovodonación y comenzar a interesarme por la epigenética.
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