Hoy quiero hablaros de la violencia ginecológica.
Desconocía este término, hasta que lo sufrí en mis propias carnes.
Me gustaría compartir con vosotras una bochornosa situación que viví hace un par de años.
Allá por el 2018, antes de que empezara toda esta historia, cuando tenía amenorrea. Fui a mi médico de cabecera, y éste me mandó al ginecólogo para hacerme una citología.
Me atendió una matrona, una señora mayor. Le expliqué desesperada que llevaba varios meses sin menstruación, y que acudía a ella para que me ayudase a buscar una solución. No sirvió para mucho, sentí que no me escuchaba.
Pasamos a la exploración, me monté en el burro, y me introdujo un especulo vaginal más grande de lo habitual y sin lubricante.
Me veía quejarme de dolor, me veía llorar y fue incapaz de empatizar conmigo.
El dichoso especulo no entraba, por mucho que forzase.
Estas fueron algunas de las perlas que soltó por ese piquito:
"¡Qué exagerada eres, si no duele tanto!", "¡estás muy nerviosa!", "¡lo he intentado dos veces, ya no lo intento más, no puedo sacar nada!". Imagínense mi impotencia.
Y para rematar la faena, tuvo la osadía de preguntarme con qué frecuencia practicaba yo sexo. Me quedé en shock.
Salí de la consulta asustada, con dos lagrimones en la cara.
Desde entonces, no he vuelto a visitar al ginecólogo por la seguridad social y me veo en la obligación de ir por el privado. A pesar de gastarme los dineros, estoy encantada con mi ginecóloga actual, ella si que tiene calidad humana.
Después de leer este artículo, me dije: "tendría que haber puesto una queja o haber denunciado a esa impresentable". A día de hoy, me arrepiento de haberlo pasado por alto.
Lo recuerdo como un mal trago. Si lo que pretendía, era amedrentarme, lo consiguió. Me hizo sentir pequeñita.
Este verano, me llamaron del centro de salud por si quería hacerme una citología. Les dije claramente que con esa matrona, no quería, por bruta y desconsiderada.
Como dice el artículo de la web Yass, es fundamental poner nombre a la violencia ginecológica y denunciar.
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