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Mi reloj biológico y mi reloj personal

Actualizado: 20 abr 2021


Pasadas dos semanas, volví a la clínica.


Me atendió una ginecóloga muy simpática.


Le puse en antecedentes: le comenté que había padecido amenorrea durante varios meses, que había percibido algunos síntomas como sofocos e insomnio durante el verano, y que había vuelto a tener la menstruación recientemente gracias a unas pastillas hormonales.


Me senté en la camilla, y me realizó una exploración. Por su cara me dí cuenta de que algo no iba bien, pero no sabía el qué. Comencé a preocuparme.


Volvimos al consultorio, me da los resultados del test, y me dice que tengo baja reserva ovárica. Me quedé impactada. No entendí ese término, le pregunté qué quería decir eso. Mediante un gráfico, me explicó que una reserva ovárica baja es aquella que, independientemente de la edad de la mujer, tiene valores de la Hormona Antimulleriana por debajo de 0.8 ng/ml. Yo tenía 10,79 pmol/L, es decir una valoración provisional "óptima" de entre 8 a 14 Mll (entre 10,1 a 22,5 pmol/L).


Para más inri, me dice que tengo los óvulos de una mujer de 40 años, y ni si quiera había cumplido los 30, tenía sólo 27 añitos. Dicen que la edad es un número, en mi caso una desincronización entre mi reloj biológico y el personal, o lo que es lo mismo, mi edad no estaba en concordancia con mi cuerpo.


Por buscar una explicación, la ginecóloga me preguntó si en mi familia también se había dado este tipo de problemas reproductivos. Más que nada por descartar si se trataba de algún factor genético. Pero no, en absoluto.


Según comenta el doctor Pedro Royo (director de IVI Pamplona) en el artículo de la web Yass: “La reserva ovárica no siempre va paralela a la edad de la mujer. Lo habitual es ir teniendo menos reserva ovárica con mayor edad. Pero esto no siempre es así, dado que existen factores genéticos, determinadas enfermedades (endometriosis, autoinmunes), u otros factores que pueden determinar reservas bajas en mujeres jóvenes”.


La ginecóloga me animó diciéndome que todo aún no estaba perdido, y que a pesar de tener una reserva ovárica limitada, cabía la posibilidad de estimular los ovarios y congelar los ovocitos en dos veces. Por lo que me preguntó si estaba dispuesta a continuar y llevar a cabo la vitrificación, en el caso de que mi deseo de ser madre aún estuviese vigente. Considerando que, aparentemente sería más fácil quedarse embarazada por debajo de los 35 años con una reserva ovárica baja, que por encima de los 40 años con una reserva ovárica normal o alta.


No lo dudé ni un segundo. Acepté, acepté continuar y seguir para adelante.


Para ello, las indicaciones fueron: hacerme un análisis de sangre más específico aún, un hemograma, y obtener la valoración del anestesista. Desafortunadamente, esta última prueba no podía conseguirla a través de la Seguridad Social, tenía que ser por el privado.


Además, debía asistir a su consulta para hacerme revisiones cada mes que tuviese la menstruación, durante el primer o segundo día de sangrado. No me importaba hacerme este seguimiento rutinario, porque consideraba que era un bien para mí, para mi propio beneficio, y sobre todo me ayudaría a conseguir mi objetivo.


Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, y yo seguía teniendo muchas, muchas esperanzas aún.

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