Ese día era incapaz de ir sola a la clínica. Necesitaba contar con el respaldo de alguien, así que me vino genial que mi hermana Lorena quisiera acompañarme.
No os voy a engañar, estaba nerviosa por saber el resultado final. Esperaba que todos los esfuerzos que había hecho durante los últimos días, no fueran en vano.
La ginecóloga me realizó una exploración. En la máquina de ultrasonido se apreciaron escasos folículos, desgraciadamente uno de mis ovarios estaba vacío por completo. Cuando me explicó que no era posible congelar mis óvulos, ya que apenas había folículos suficientes, me quede en shock, desconcertada.
Me dijo que mi única opción, era recurrir a la ovodonación. Su tono de voz era neutro, y su rostro mostraba indiferencia, ni fu ni fa. Eché en falta una pizca de empatía, y no me gustó el poco tacto que tuvo. Mientras tanto, retenía las lágrimas en mis ojos a punto de caer.
La ginecóloga me confesó que a lo largo de su trayectoria, se había encontrado casos de mujeres con dificultades para quedarse embarazadas, y que tiempo después habían conseguido ser madres, paradojas de la vida. No entendí qué pretendía, ¿ilusionarme?
En cuanto salimos de la clínica, me sentí desorientada, no sabía qué hacer. Mi hermana quería que cogiésemos el metro y nos fuésemos de allí. Yo me negué, en ese momento mi cuerpo me pedía ir al parque de al lado, me apetecía caminar para despejarme. Ella cedió y me dio el gusto.
Dimos un paseo, caminamos hacia un lago, hasta que comencé a llorar desesperadamente. Mi hermana intentaba animarme diciéndome que en la vida hay cosas peores, y que hay gente con problemas más graves como el cáncer. Mi respuesta fue tajante: “hubiera preferido un cáncer, antes que esto”.
Y ya el remate de los tomates, fue cuando mi hermana me sugirió abrazar a un árbol para recibir energía positiva, ¿pero qué estupidez es esta? Le dije que preferiría mil veces más, un abrazo suyo, que abrazar la corteza de un árbol. En ese momento más que nunca, necesitaba contar con su apoyo. Me sentí decepcionada por su parte.
Después nos fuimos de tiendas a un centro comercial, no tenía ganas de regresar a la casa de mi hermana, necesitaba despejar mi mente. Recuerdo que me compré un jersey blanco por el mero de hecho de comprar algo, ni si quiera lo necesitaba, lo hice simplemente para levantarme el ánimo, ¿no dicen que comprar mejora el estado de ánimo?
Sentía que mi vida se estaba yendo por un precipicio.
A partir de ese día cambié, ya nunca más volví a ser la misma. Algo dentro de mí se murió.
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