top of page
Foto del escritorBebesita

Una madre más

Actualizado: 10 jun 2021


Hoy quiero compartir con vosotr@s una carta muy especial, escrita por una paciente de ovodonación. En ella se plasman los sentimientos más puros de una mujer, con un sueño y muchas dificultades y miedos para hacerlo realidad. Una luchadora que hoy disfruta del mejor de los regalos, su bebé.




Tengo un hijo precioso, su sonrisa ilumina mi alma, sus caricias son mi consuelo, su existencia, mi felicidad. He querido empezar por el final, porque el final es mi principio. Desnudar el alma es complicado. Supone hacer llegar la luz a rincones que mantenemos a oscuras, porque recordar su existencia nos hace mucho daño.

Estas palabras que ahora escribo son para mí un bálsamo, y me gustaría que también lo fueran para todas aquellas personas que ahora están donde yo estuve.


La primera piedra del camino

Hacía frío, era una tarde gélida de diciembre. Arropados por nuestra ignorancia y nuestra ilusión, fuimos a recoger los resultados de las últimas pruebas médicas. El resumen de lo que allí nos contaron es muy similar al que algún día han escuchado y sufrido tantas parejas, poco importa el motivo cuando la realidad es la misma: la dificultad para ser padres.


Salí a la calle desconcertada, desorientada, siendo la maldita protagonista de una película que me negaba a protagonizar. Aquel abismo que se abría ante mis ojos era desconocido, frío, como una realidad que aún no era mía. Tardaría muchos meses en aceptar que aquella era mi nueva vida, mi nueva y dolorosa verdad.


Sin haberme parado a pensar en todo lo que suponía aquello, decidí ponerle solución.

Llegó entonces el primero de todos los intentos. La primera opción, muy muy complicada fue intentarlo con mis propios óvulos. ¡Estábamos tan ilusionados! Sabía que iba a ser difícil, pero me encontraba fuerte, aunque no lo suficiente. Cuando supimos que el primer tratamiento no había salido bien, me hundí, más de lo que jamás podría imaginar.


Fue una decepción tan grande, que actuaba sin dolor, ajena a mis propios sentimientos, sin aceptar que necesitaba madurar todo lo que me había ocurrido, desde que supe que iba a ser muy complicado ser madre.


Dicen que el cuerpo es sabio, pero el alma lo es todavía más. En esos primeros meses después del primer tratamiento, actué de forma casi matemática, con la frialdad de alguien que cura un dolor que le es ajeno, y cuando menos lo esperaba me derrumbé.

Me caí sin red, y salieron a flote toda la pena y toda la rabia que, sin saberlo, llevaba meses guardando en uno de esos rincones sin luz que todos tenemos dentro.


Primero llegó la rabia, el odio, la rebeldía, los pensamientos dañinos, que no me llevaban a ninguna parte, sólo a hacerme aún más daño, que me causaban un dolor intenso y paralizante. Luego llegaron las lágrimas, un mar de lágrimas que lo inundó todo: mi propio yo, mi vida en pareja, mi familia, mi trabajo, mis amigos… Construí con la sal de esas lágrimas un caparazón, una concha dura y amarga que me fue aislando de todo y de todos. Estaba bien ahí, no quería salir, porque pensar en lo que había fuera me hacía vulnerable, me había conformado con mi triste verdad. Aceptaría no tener hijos, porque no me veía con fuerzas para volver a intentarlo y que saliera mal.

Daba igual, ya todo me daba igual.


Pero el ser humano es grande, muy grande. Como un náufrago que se ahoga y se va hundiendo en el mar, yo toqué fondo y al hacerlo, cogí impulso y volví poco a poco a la superficie. No estaba sola, nunca lo estuve: tenía a mi pareja, mi amor; a mi familia y a mis tres mosqueteros. Todos ellos, cada uno en su medida, han hecho posible que hoy me atreva a escribir estas letras. Entonces me di cuenta, el fondo de aquel mar no era mi sitio, no me gustaba estar allí. Rompí mi caparazón y comencé un nuevo camino, porque supe que el que había tomado antes no tenía salida.


Un rayo de luz

El primer paso que di para abandonar mi cueva fue aceptar ayuda, comprender que sola no podía con lo que me estaba ocurriendo. Eso, para una perfeccionista enfermiza no fue nada fácil. No podía entender cómo a alguien como yo, que siempre ha vencido los retos que la vida me ha ido poniendo, le costara tanto superar lo que ahora me ocurría: no podría tener un hijo con mis óvulos, necesitaría recurrir a la donación.


Me llevó varios meses acudir a la consulta de la psicóloga (mi ángel de la guarda), llamé a su puerta tras entender que nadie podría ayudarme, ni mi marido, ni mi familia, ni mis amigos, porque aquella realidad donde yo estaba era ajena a todos ellos; porque en el punto en el que me encontraba necesitaba una mano experta que me enseñara a andar por mi nuevo camino.


Estar sentada allí nunca fue sencillo. En aquellas charlas me desahogaba, lloraba, me enfadaba con la vida, me asaltaban mil preguntas, aparentaba que ya lo entendía todo, me rendía y volvía a enfadarme,… un torbellino de sentimientos que poco a poco fueron poniéndose en su sitio, igual que llega la calma después de un temporal. Igual que el cuerpo se apacigua después de un gran esfuerzo.


El sosiego fue acercándose, y acarició mi alma por primera vez cuando conseguí pensar en mi realidad de otro modo: no había nada vergonzoso en lo que me ocurría. No había derrota, ni culpa, ni inferioridad, no sería una madre de segunda porque aceptase el óvulo de otra chica. Había enfocado mal mi situación, ese fue mi gran error.

Yo era una mujer con muchas ganas de querer, de amar a un hijo que aún no había llegado (resulta complicado comprender que somos capaces de amar a quien todavía no existe, pero es así). Yo solo quería querer, quererle. Entonces comprendí que amar es algo tan grande, tan inmenso, tan difícil de explicar, que nada tiene que ver con la genética, con la sangre, ni tan siquiera con engendrar o parir a un hijo. Amar es dar y vivir con la felicidad del otro, y para eso no hay leyes, ni guiones que cumplir, ni caminos obligados que recorrer… solo hay que amar. Yo llegaría a mi hijo con la donación de otra mujer, y eso para mí era un regalo. Cuando comprendí que la donación era una oportunidad y no una solución de segunda clase, comencé a vivir, respiré hondo y supe, entonces de verdad supe, que ya estaba preparada.


Desde la distancia y la felicidad de ver a mi hijo en la cuna, revisar lo que entonces sentí es raro, muy raro, porque ahora nada importan aquellas dudas, aquellas inseguridades, aquellas cuestiones que parecían sin respuesta. Ya no tienen el peso que entonces creí.


Ahora, con los ojos de mi hijo mirándome, con su mano en mi pecho o acariciando mi cara; ahora escuchando su respiración mientras duerme, consolando su llanto, nada importa. Mi hijo es mío. Tan mío que míos son sus dolores, sus desvelos, sus risas y su llanto; míos serán sus temores, sus ilusiones, sus preocupaciones, su primer amor y sus desengaños. Es mía su felicidad y mío el inmenso e inexplicable placer de acompañarle en la vida. Porque ser madre, ser padres es eso: enseñar a vivir, a disfrutar de los momentos buenos, a saber llevar los malos; ser madre es solo SER, no implica ningún verbo más.


Como dije al principio, estas palabras nacen del corazón, con la intención de poder ayudar a quien está como yo estuve. Llegar hasta aquí no ha sido fácil, pero he llegado, hemos llegado, porque este camino no lo he recorrido sola. He contado con mi gran amor, mi apoyo, quien ha escuchado mis dudas, mis llantos, mis temores más dolorosos, la persona más generosa que conozco, que aceptó y respetó siempre todas mis decisiones. Mi madre, mi consejera, me arropó con su amor y con su fe. Ahí han estado mis mosqueteros, mi querido Pedro, el faro que nos iluminó en un mar tan grande y tan desconocido, mi amigo, mi confidente, esa mano que siempre estuvo y que siempre está; Manuel, un gran hombre sabio, sensible, comprensivo, que mantuvo la esperanza en todo momento; María del Mar, ella me enseñó a caminar de nuevo, ha sido mi sosiego, la paz, la calma, mi maestra.


Todos me han respetado, han sabido que tendría que recorrer este camino a mi ritmo. A todos ellos, muchas gracias.

7 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Commentaires


bottom of page