top of page
Foto del escritorBebesita

Samanta Parte 2

Actualizado: 24 ene 2021


Los inconvenientes serían otra manera de ver la maternidad. Os dejo un extracto del libro, que me llamó bastante la atención.


Se supone que gestar crea un vínculo único con el bebé.


A mí eso me huele a cuento de sistema patriarcal. Me conduce a ese lugar común ―fomentando por un amplio sector femenino― de que llevar una vida dentro es el momento más especial para una mujer. No digo que no lo sea, simplemente porque todavía no lo sé. Pero a medida que van pasando los años, cada vez conozco a más mujeres que se resisten a pasar por un segundo embarazo y que expresan en voz alta la frustración por no haber tenido gemelos y haber conseguido un hermano/a para su hijo/a en una sola gestación. Vamos, que un segundo embarazo no les atrae en absoluto. Así que, en realidad, me da la sensación de que gestar una vida, con la intensidad que rebosa esa expresión y el hecho en sí, debe de ser tan bonito como incómodo, puede ser tan ilusionante como penoso, y probablemente única sea la palabra más acertada para definir esa experiencia en todos los sentidos.


Yo personalmente había dicho en varias ocasiones que me encantaría ser madre, pero no tengo ninguna necesidad de estar embarazada. Sé que esto para mucha gente, y en particular para muchas mujeres, resultará escandaloso.

El embarazo no siempre es esa experiencia maravillosa y casi mística que te cambia la vida. Sin contar las gestaciones dificultosas o que exigen reposo absoluto, para muchas madres un embarazo son nueve meses de molestias, renuncia y sacrificio. Sí, y quizá de ilusión. Pero seguro que de carga.


Eso lo aprendí un día comprando un dispensador de papel higiénico. Yo tenía veinticinco años, hacía año y medio que me habían fichado en TVE como presentadora de informativos y me había podido comprar un piso modesto, pero recién reformado, en una de las zonas más excitantes de Barcelona. En una tienda del barrio, ya desaparecida, que vendía todo lo necesario para cocina y baño, trabajaba como dependienta una chica de mi edad. Entré. Estaba embarazada, no recuerdo de cuánto. Quizá de siete u ocho meses porque tenía ya una barriga grande. Quise ser educada y le pregunté cómo se encontraba.


― Mal ―respondió.


No es la respuesta que te esperas a una pregunta de cortesía, y menos de una embarazada, y menos de una desconocida embarazada. Estaba pidiendo a gritos que le preguntara por qué, y lo hice.


―Porque desde estoy embarazada he tenido que dejar de ir en bici, que me encanta, no puedo salir de fiesta, pero mis amigos sí; yo no puedo beber, ni fumar, pero mi novio sí; me duele la espalda, no duermo bien, estoy agotada. Y lo peor no es eso, sino que, cuando me quejo, la gente me mira mal. Me preguntan si no me hace ilusión ser madre.


Yo no creo que la mirara mal, la verdad, porque la gente que expresa ideas controvertidas me fascina y aquella chica se expresaba claramente en contra de todo lo que a mí me había llegado hasta el momento sobre la maternidad. Yo estaba mentalmente boquiabierta, atenta, conteniendo la emoción.


Lo que más me impactó fue la última parte de su discurso. ‹‹La gente me mira mal››. Aquella descubría en carne propia, y yo gracias a ella, el mito de la maternidad y el estigma de la mala madre. Ser madre tiene que hacer ilusión, tiene que emocionar, tiene que llenarte como persona, tiene que hacerte sentir realizada, tiene que ser estupendo. No tiene que molestarte, aunque te impida hacer algunas de las cosas que más te gustan; no tiene que provocar quejar, aunque te provoque náuseas y vómitos; no tiene que mitigar tu emoción, aunque el insomnio te destroce. Porque ser madre es lo mejor que te va a pasar en la vida. Esa es la doctrina de la maternidad.


5 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments


bottom of page