Cuando te conviertes en madre,
entiendes el verdadero significado del amor incondicional, algo que nunca antes conociste.
Antes de tenerte en mis brazos, pensaba que amaba, que sabía amar de verdad, pero ahora lo dudo, porque contigo aprendí lo que el amor significa.
Amar es dar, es darse sin condiciones.
Si tratara de enumerar las razones por las cuales te amo, creo que no terminaría nunca. Sin embargo, esbozo en unas pocas líneas algunos porqués.
Te amo hijo, porque respiras, porque sonríes, porque abres los ojos y me echas los brazos.
Te amo, porque me miras como nadie más lo hace en este mundo, porque estuviste dentro de mí y ahora puedo tocarte, porque eres un pedacito de tu papá y de mí.
Simplemente te amo, porque existes, porque eres de verdad y estás en mi vida.
¿Cómo no amarte hijo, si contigo descubrí el mundo de nuevo? Ahora la ternura, la confianza, la alegría e incluso el miedo tienen otro significado. Ahora siento diferente, con más fuerza, con más pasión. Contigo he descubierto que no hay montaña suficientemente alta, que no hay pruebas u obstáculos que me detengan, porque tú eres mi fuerza, eres el impulso que me ayuda a lograrlo todo.
En mi pecho encontrarás todo el calor y alimento que necesites. También de allí surge todo el amor que generas en mí, y te juro que todo ese inmenso sentimiento es para ti.
Estoy en este mundo para darte lo que necesites, y quiero que sepas que en mí siempre encontrarás consuelo, seguridad y cobijo. No importa cuánto hayas crecido ni cuántos caminos hayas recorrido, en mí siempre habrá amor para ti.
Así es mi amor por ti, sin condiciones. Y no espero nada más que amarte, porque contigo descubrí que dar es más satisfactorio que recibir, que amar es más importante que ser amado. Solo con sentir tu dulce olor, me siento fuerte para luchar contra el mundo si así fuera necesario.
No me canso de mirarte hijo. Eres como un milagro ante mis ojos, y es tu luz la que me invita a levantarme cada día de la cama, la que me da fuerza para dar y dar cada día más y mejores cosas de mí. Es la que me invita a rectificar mi personalidad y a estudiar para ser virtuosa y darte buenos ejemplos.
Cuando naciste me hiciste testigo y partícipe del milagro más prodigioso que pueda presenciar: la vida. Y desde el momento en que te concebimos, tu papá y yo hemos encontrado un sentido diferente a nuestras existencias. Tú nos hiciste trascender y por ti somos otros.
Y aunque ahora ríes y duermes plácidamente en mis brazos, sé que llegará el día en el que ya no podré cogerte como ahora. Sin embargo, quiero expresarte que entre mis brazos siempre habrá lugar para ti.
En este momento también comprendo que debo cambiar, que tengo la importante misión de enseñarte qué es el amor y cómo amar. Y te doy gracias por existir, porque eres mi maestro y todos los días me enseñas a amar de verdad.
Gracias a ti todos los días aprendo a ser más generosa, a ser paciente, a ser dulce, amable, atenta y honesta. Y la verdad es que cada día redescubro esas virtudes en los demás, en el mundo que nos rodea.
Y ese es el mundo que te quiero mostrar, al que deseo entregarte, porque aunque eres mi bebé precioso, sé muy bien que algún día te irás. Por eso me esfuerzo desde ya para que seas un hombre de bien, un hombre que conoce el amor, que sabe cómo dar cariño.
Mi misión es darte todo el amor del mundo, para que tú luego se lo retribuyas a él.
El mundo es tuyo, hijo mío. Te lo comerás, estoy segura de eso. Verás delante de ti miles de maravillas porque tu espíritu de aventura, ese que también tenemos tu papá y yo, te invitará a recorrerlo palmo a palmo.
Aprenderás que en cada niño, en cada mujer, en cada hombre y en cada anciano hay amor, sin importar cuán escondido esté. Sé que tú lo verás, porque has aprendido a amar de mí y de tu padre, quienes te honramos a cada segundo.
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