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La fe de Ana

Actualizado: 10 jun 2021


Siempre me he considerado creyente, aunque no muy practicante, pues pienso que Dios está en todas partes. Para mí no es necesario ir a un lugar físico destinado al culto divino, como es la Iglesia, ya que se supone que Dios nos oye, y escucha nuestras plegarias.


Pero, ¿qué dice la Biblia sobre la infertilidad?

La Biblia es neutral acerca de la fertilidad y la maternidad. Los niños son una bendición (Salmo 127: 3-5). Se pide que los niños cumplan con el propósito de Dios para la humanidad: “Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra" (Génesis 1:28). Al menos dos veces, Dios usó la fertilidad para recompensar o consolar a las mujeres (Génesis 29:31; 2 Reyes 4: 8-17). Sin embargo, en ninguna parte condena Dios a una mujer a causa de la infertilidad. De hecho la mayoría de las veces, la infertilidad se curó con el nacimiento de un personaje significativo, incluyendo a Isaac (Génesis 21: 7), Esaú y Jacob (Génesis 25:21), Sansón (Jueces 13), Samuel el profeta (1 Samuel 1), y Juan el Bautista (Lucas 1).


Me gustaría compartir con vosotr@s el relato bíblico de Ana. Es con el que más me identifico, por su historia, su fortaleza, su lucha, y sobre todo por sus incansables ganas de ser madre. En fin, me transite fuerza para luchar, para salir adelante y para seguir teniendo fe.


1 Samuel 1:

Había un hombre sufita, oriundo de Ramá, en la serranía de Efraín, llamadao Elcaná, hijo de Yeroján, hijo de Elihú, hijo de Toju hijo de Suf, efraimita. Tenía dos mujeres: una se llamaba Ana y la otra Feniná. Feniná tenía hijos y Ana no los tenía.


Aquel hombre solía subir todos los años desde su pueblo para adorar y ofrecer sacrificios al Señor Todopoderoso en Siló, donde estaban de sacerdotes del Señor los dos hijos de Elí: Jofní y Fineés.


Llegado el día de ofrecer el sacrificio, repartía raciones a su mujer Feniná para sus hijos e hijas, mientras que a Ana le daba sólo una ración y eso que la quería, pero el Señor la había hecho estéril. Su rival, la insultaba ensañándose con ella para mortificarla, porque el Señor la había hecho estéril. Así sucedía año tras año; siempre que subían al templo del Señor, solía insultarla así.


Una vez Ana lloraba y no comía. Y Elcaná, su marido, le dijo:

- Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué te afliges? ¿No te valgo yo más que diez hijos?


Entonces, después de la comida en Siló, mientras el sacerdote Elí estaba sentado en su silla, junto a la puerta del templo del Señor, Ana se levantó, y con el alma llena de amargura se puso a rezar al Señor, llorando desconsoladamente. Y añadió este voto:

- Señor Todopoderoso, si te fijas en la humillación de tu sierva y te acuerdas de mí, si no te olvidas de tu sierva y le das a tu sierva un hijo varón, se lo entrego al Señor de por vida y no pasará la navaja por su cabeza.


Mientras elle rezaba y rezaba al Señor, Elí observaba sus labios. Y como Ana hablaba para sí y no se oía su voz aunque movía los labios, Elí la creyó borracha y le dijo:

- ¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? ¡A ver si se te pasa el efecto del vino!


Ana respondió:

- No es así, señor. Soy una mujer que sufre. No he bebido vino ni licor, estaba desahogándome ante el Señor. No creas que esta sierva tuya es una descarada; si he estado hablando hasta ahora, ha sido de pura congoja y aflicción.


Entonces Eí dijo:

- Vete en paz. Que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido.


Ana respondió:

- ¡Que pueda favorecer siempre a esta sierva tuya!


Luego se fue por su camino, comió y no parecía la de antes.


A la mañana siguiente madrugaron, adoraron al Señor y se volvieron. Llegados a su casa de Ramá, Elcaná se unió a su mujer Ana, y el Señor se acordó de ella.


Ana concibió, dio a luz un hijo y le puso de nombre Samuel, diciendo:

- ¡Al Señor se lo pedí!


Pasado un año, su marido Elcaná, subió con toda la familia para hacer el sacrificio anual al Señor y cumplir la promesa. Ana se excusó para no subir, diciendo a su marido:

- Cuando destete al niño, entonces lo llevaré para presentárselo al Señor y que se quede allí para siempre.


Su marido, Elcaná, le respondió:

- Haz lo que te parezca mejor; quédate hasta que lo destetes. Y que el Señor te conceda cumplir tu promesa.


Ana se quedó en casa y crió a su hijo hasta que lo destetó. Entonces subió con él al templo del Señor de Siló, llevando un novillo de tres años, una fanega de harina y un odre de vino. Cuando mataron el novillo, Ana presentó el niño a Elí, diciendo:


- Señor, por tu vida, yo soy la mujer que estuvo aquí, junto a ti, rezando al Señor. Este niño es lo que yo pedía; el Señor me ha concedido mi petición. Por eso yo se lo cedo al Señor de por vida, para que sea tuyo.


Después se postraron ante el Señor.

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